Cannes 2017: una apreciación personal

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Existen tantas versiones del Festival de Cine de Cannes de 2017 como asistentes hubo. Puesto que es humanamente imposible ver todas las películas que se exhibieron, pretender tener la verdad revelada e incontrovertible sobre el cine de hoy a partir de las películas que una sola persona vio no solo es soberbio, sino absurdo. De ahí que Cannes –como cualquier festival- solo puede producir entre quien asistió impresiones subjetivas, debatibles y mutables.

Dado que, cuando pase el tiempo, de esta edición de los 70 años del festival solo se recordará a la película que ganó la Palma de oro –la disputa con Netflix solo será un pie de página de la historia, que se evocará cuando recordemos que en 2017 aún veíamos películas en salas de cine– yo me dediqué a ver las 19 películas de la selección oficial, la representación colombiana y algunos otros filmes de mi interés, sobre todo de la sección de clásicos. Ese fue mi Cannes, de ese puedo hablar y escribir. Generalizar y pontificar no tiene sentido.

Como tampoco lo tiene quejarse a toda hora del “grave declive” del cine contemporáneo. Cannes celebra el cine de autor, son esos artistas los que exponen sus decisiones estéticas, y con ellas están reflejando su visión particular de un mundo complejo y diverso. No encontrar nada valioso en la selección oficial o trivializar el cine ahí mostrado es cerrar los ojos ante miradas comprometidas que nos están señalando el presente de este arte.
Así como hubo propuestas cansadas –Ozon, Haneke- y otras francamente comerciales –Okja, The Beguiled, Wonderstruck– también hubo espacio para deleitarse con la obra vibrante que están construyendo Noah Baumbach (The Meyerowitz Stories), Andrey Zvyagintsev (Loveless) y Lynne Ramsay (You Were Never Really Here).

Pese a ciertas tendencias deshumanizadoras –The Killing of a Sacred Deer, Jupiter´s Moon– el cine que apunta a la fortaleza de los afectos se hizo presente desde Oriente con Naomi Kawase y Hong Sang-soo. Robin Campillo hizo en 120 Battements par minute una vibrante apuesta por la solidaridad y el espíritu colectivo frente a la adversidad y la enfermedad, mientras Ruben Östlund –Palma de oro- hizo con The Square una critica inteligente y atinada a la superioridad moral que algunos ostentan y al arte contemporáneo que se valida a sí mismo. En la sección “Una cierta mirada” triunfó un capitulo más de la denuncia a los oprobios que vive el pueblo iraní.

Tengo fe en este arte. Debe ser miopía o torpeza, pero todavía encuentro motivos para emocionarme ante el cine de hoy, tal como Cannes lo exhibió. Júzguenlo ustedes mismos.

Publicado en el periódico El Tiempo (Bogotá, 04/06/17), sección “debes hacer” pág. 10
©Casa Editorial El Tiempo, 2017

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