Con miedo a la grandeza: Pride: Orgullo y esperanza, de Matthew Warchus

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 En el 2004 Woody Allen nos presentó un filme que era experimento y a la vez reafirmación de las fuerzas creativas que lo mueven como autor: la comedia y la tragedia. Se trató de Melinda y Melinda (Melinda and Melinda), una cinta que nos contaba dos veces la misma historia, una desde la perspectiva cómica y la otra desde la óptica de un drama de visos trágicos. Quería que nosotros juzgábamos cual historia funcionaba mejor, invitándonos a reflexionar sobre las fronteras entre uno y otro género: hay historias que funcionan mejor como comedia que como tragedia y viceversa.
Quiero suponer que los responsables de la película inglesa Pride: Orgullo y esperanza (Pride, 2014) se preguntaron en algún momento de las primeras etapas de la producción si lo que querían contar era un drama o una comedia. El material del que partían era real: un grupo de gays y lesbianas londinenses, liderados por un joven llamado Mark Ashton se organizaron para apoyar a los mineros en huelga en 1984 durante el gobierno de Margaret Thatcher y aunque encontraron reticencia y recelo al principio, pudieron ayudar a aliviar un poco la situación de un pueblo minero galés.

Mark Ashton (Ben Schnetzer) en Pride: Orgullo y esperanza (Pride, 2014), de Matthew Warchus

Mark Ashton (Ben Schnetzer) en Pride: Orgullo y esperanza (Pride, 2014), de Matthew Warchus

No era nada fácil ser homosexual en 1984 con los prejuicios y la intolerancia a flor de piel y con el VIH creciendo de manera alarmante sin control ni tratamiento, como tampoco era sencillo ser minero en huelga enfrentado a la represión policial, a un estado sordo y amenazante que quería a toda costa asfixiar la protesta. ¿Qué filme haríamos con esto? ¿Una comedia que privilegiara el desenfado del grupo de apoyo contrastando con las penurias de los mineros? ¿Un drama que mostrara a dos colectividades humanas marginadas que se unen para apoyarse mutuamente tras aceptar sus diferencias?

Ante la disyuntiva, el guionista de Pride, Stephen Beresford,  y el director Matthew Warchus –ambos con una muy corta trayectoria- optaron por el camino complaciente, el de la comedia. Era más fácil de vender, más comercial y generaba mayor empatía con el público. Los entiendo desde el aspecto comercial, pero lamento que hubieran sentido miedo a la grandeza, pues tenían entre manos una historia que daba para un tratamiento dramático elaborado y exigente pero también, sin duda, más rico y perdurable. No es que Pride como comedia no funcione, claro que sí, lo que ocurre es que da algo de tristeza que un relato que podía ofrecernos un retrato suculento y complejo de las relaciones humanas en pos de la reivindicación común de sus derechos sea reducido a clichés predecibles, estereotipos vistos cientos de veces y chistes (a veces) flojos, teniendo además a mano un reparto donde están Imelda Staunton, Paddy Considine y Bill Nighy. Un drama con ocasionales situaciones graciosas inteligentes (cuanto las eché de menos) hubiera funcionado mejor, creo yo.

Imelda Staunton en Pride: Orgullo y esperanza (Pride, 2014), de Matthew Warchus

Imelda Staunton en Pride: Orgullo y esperanza (Pride, 2014), de Matthew Warchus

En Pride, para acabar de confirmar esta opinión, pasa algo curioso: lo que nos narra es tan dramático que en varios momentos escapa a las fronteras cómicas, pues tiene tanto peso que es imposible abordarlo a la ligera. De este modo la comedia va resultando menos graciosa y más grave de lo que el público esperaba. Uno de los inesperados fundadores del grupo Lesbians and Gays Support the Miners (LGSM), un menor de edad llamado Joe (George MacKay), se ve obligado a ocultar ante su familia sus inquietudes homosexuales y cuando es descubierto enfrenta la vergüenza familiar, el castigo y el encierro.

En esta misma línea de pensamiento hay otro aspecto de este largometraje que yo estaba esperando ver emerger tarde o temprano. Se trata del primer y duro golpe de la epidemia del VIH en Inglaterra. Las condiciones estaban servidas y Pride nos las muestra: promiscuidad, clubes homosexuales abarrotados, un ambiente de fiesta libérrima, la sensación de poder por fin expresar abiertamente –y con desenfreno- unas apetencias sexuales que llevaban años ocultas. Un comercial de televisión real para la época advierte del riesgo del Sida, un anuncio en una pared invita a hacerse pruebas diagnósticas, un amigo de Mark parece despedirse de él y, de repente, el virus toca a la puerta. ¿Es posible burlarse de esta situación? ¿Reducirla a la anécdota cómica? Pride no lo logra. Prefiere expresar su congoja en dubitativo y abochornado silencio. ¿O les parece muy gracioso el destino de Mark tal cómo nos lo cuentan en los créditos finales? ¿Es eso lo que uno espera del desenlace de una comedia?

Un mensaje que Mark no puede pasar por alto...

Un mensaje que Mark no puede pasar por alto…

Paradójicamente son esos aspectos claramente dramáticos los que distinguen a Pride de las comedias insulsas que acá estamos acostumbrados a ver. La película se eleva por encima de las limitaciones y convenciones del género para ofrecernos una mirada más elaborada de la solidaridad humana, de la tolerancia frente a la diferencia. Tuvo miedo a ser grande, prefirió ser bienintencionada. Lástima.

Epílogo diciente
Cuando Pride –que tuvo una distribución muy limitada en Estados Unidos- apareció en DVD y blu ray este año en ese país, en la información que trae la caratula del disco se suprimió toda referencia a la orientación sexual del grupo LGSM; también de una fotografía se quitó digitalmente un cartel que hacia referencia al movimiento de gays y lesbianas. Sin comentarios.

El guionista de Pride, Stephen Beresford, y el director Matthew Warchus (derecha)

El guionista de Pride, Stephen Beresford, y el director Matthew Warchus (derecha)

Contraportada de la edición en video de Pride, sin referencias a la orientación sexual del grupo

Contraportada de la edición en video de Pride, sin referencias a la orientación sexual del grupo

Una fotografía del LGSM real en los años ochenta

Una fotografía del LGSM real en los años ochenta

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