Continuará…: En la casa, de François Ozon

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Que nadie diga que François Ozon no es arriesgado. Quizá puede acusársele de irregular, de carecer de consistencia autoral, de querer abarcar más de lo que puede. Y estaríamos de acuerdo: su obra, que va de lo sublime a lo ridículo, así lo confirma. Pero que nadie lo acuse de falta de riesgo. El parisino Ozon construye sus historias apartándose de lo convencional, buscándoles un ángulo inesperado, tratando siempre de sorprendernos, así no siempre tenga fortuna. Lo sigue intentando una y otra vez pese a las críticas que no se deciden a absolverlo. Y eso se agradece.

Tras haber sufrido con la impostura de Potiche, mujeres al poder (Potiche, 2010), cualquier espectador tendría motivos para desconfiar de su siguiente largometraje, En la casa (Dans la maison, 2012), pero la Concha de Oro y el premio al mejor guion en el Festival de Cine de San Sebastián el año anterior, así como las seis nominaciones a los premios César este año –donde fue derrotado por Haneke y Amor (Amour, 2012)– tientan a darle una oportunidad a este filme y a este director. Y por fortuna, dejarse tentar no siempre es malo.

En la casa (Dans la maison, 2012)

En la casa (Dans la maison, 2012)

La literatura es relato, contar una historia con palabras es su propósito. Palabras, frases y oraciones que van conformando un universo de situaciones, narradas con el estilo de cada escritor. El cine también es relato, esta vez las imágenes reemplazan a las palabras, pero en el fondo el objetivo es el mismo: cautivar al lector o al espectador, hacerlo perder la noción del tiempo, convertirlo en participe de otras vidas, de otras realidades y otras formas de percibir la existencia. Ozon en En la casa –a partir de una obra de teatro del español Juan Mayorga llamada El chico de la última fila– funde las formas narrativas de la literatura y el cine, y de esa amalgama obtiene una historia tensa como una novela de suspenso y apasionante como un buen thriller psicológico hecho por el cine. Y todo gracias a la palabra escrita, a su fuerza cautivadora, a su capacidad de fabulación.

Germain (el gran Fabrice Luchini) es un veterano profesor de literatura francesa en un colegio. Se encarga de la muy difícil y frustrante tarea de tratar de hacer brotar el gusto por la literatura a unos adolescentes completamente apáticos y casi iletrados en su abúlica actitud frente a los deberes escolares. Pero Germain encuentra eco en un alumno, en un adolescente golpeado (madre ausente, padre lisiado) que ve en la literatura una forma de redimirse. Para el profesor encontrar ese diamante en bruto es algo delicioso: es saber que no todo está perdido, es comprender que hay alguien que comparte la misma pasión.

En la casa (Dans la maison, 2012)

En la casa (Dans la maison, 2012)

Lo que el joven escribe despierta en Germain primero curiosidad, luego interés, después fascinación, por último genuina sed. Claude García (Ernst Umhauer), el estudiante y novato escritor, está describiendo en detalle cómo logró “infiltrarse” en la casa de un compañero, cuyo hogar perfecto envidia y de alguna forma codicia. Claude empieza por burlarse de ese hogar (padre, madre e hijo) de clase media cuyas obviedades, pequeñeces y defectos subraya, para luego interesarse genuinamente en esos seres, personajes ahora de su ficción.

Lo que es primero un ejercicio escolar –“describa usted qué hizo el fin de semana”– se va transformando, gracias al interés de Germain, en una historia por entregas (que queda siempre en continuará…) que Claude moldea a su antojo, mezclando realidad y fantasía, mientras sigue los consejos literarios de su profesor y trata de complacerlo. Todo lo que Claude escribe y Germain lee –y comparte con su esposa, también entusiasmada con lo narrado– está acompañado por imágenes que nos muestran a esa familia tal como Claude los ve. Incluso las imágenes son maleables y en cierta ocasión su punto de vista cambia y así cambia la situación que se nos muestra. Claude se da el lujo de “mejorar” la realidad. Sus personajes son como títeres en sus manos, marionetas de un fabulador hábil que está aprendiendo con rapidez cómo manipular a su público, cómo hacer que pidan más de lo que escribe, cómo lograr –gracias a ello– acercarse a sus propósitos, nunca muy claros para nosotros.

En la casa (Dans la maison, 2012)

En la casa (Dans la maison, 2012)

Realidad y quimera se van mezclando cada vez más, al punto de que no sabemos bien si estamos en el relato de Claude o en la vida del profesor Germain, o si esa vida es ya también parte de la fabulación escrita, pues Claude lo empieza a incluir en sus textos, mencionándolo e insultándolo a su antojo. En un momento dado el escritor deja de complacer a su profesor y su narración se centra en sí mismo, en sus deseos insatisfechos, en las ganas de un final autoindulgente y feliz para él, que tantas ganas tiene de ser amado y de tener una familia de la cual sentirse orgulloso. Obviamente el profesor se queja de ese giro de la narración pero Claude se encargará de ponerlo en su sitio. Castigar a su personaje implica castigar a su profesor en la vida real y este alumno aventajado sabe muy bien cómo hacerlo. Antes de que Germain se de cuenta de la trama (no necesariamente literaria) en que está involucrado, ya es demasiado tarde. Su amor por la literatura, su afán por encontrar un pupilo talentoso, sus ganas de compartir su pasión por las palabras lo hicieron ir demasiado lejos, lo hicieron hundirse en las arenas movedizas de su propia destrucción.

Al final, cuando lo vemos por última vez, parece un alcohólico que padece de un síndrome de abstinencia. La sed por una buena ficción es tan fuerte como la que se siente por un buen trago de licor, parece decirnos. Pero no todo está perdido. Mientras haya historias dignas de ser contadas siempre habrá quien las escriba. Y quien las lea, por supuesto.

Publicado originalmente en la versión web de la revista Kinetoscopio No. 103 (Medellín, 2013).
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2013

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