Dirigiendo a Woody Allen
Casi un gigoló, dirigida y escrita por John Turturro, está protagonizada por Woody Allen. ¿Cómo ha sido su carrera como actor en películas ajenas?
“La gente cree que el personaje ficticio que he creado soy yo, pero no lo es. Solo habla como yo y viste como yo, eso es todo, ni más ni menos”.
-Woody Allen
Aunque en Colombia Casi un gigoló (Fading Gigolo, 2014) fue promocionada por la aparición de Sofía Vergara, la verdad es que la presencia de la barranquillera es pequeña; el peso dramático de esta comedia romántica lo tienen el director, guionista y actor John Turturro y, claro, Woody Allen, en uno de sus escasos papeles como actor en películas distintas a las que él mismo dirige. El quinto largometraje de Turturro como director es una discreta historia sobre el dueño de una librería neoyorquina (Allen), obligado por la situación económica a cerrar su negocio y a proponerle a su empleado, Fioravante (Turturro), que se convierta en gigoló, pues su dermatóloga (Sharon Stone) necesita un hombre para completar un ménage à trois que quiere hacer junto a una amiga. Woody Allen pasa a ser entonces el inesperado proxeneta de Fioravante, en una asociación que les trae inusitado éxito monetario.
Casi un gigoló no se decide a ser una comedia y al involucrar la historia de una viuda judía ortodoxa que también requiere los servicios de Fioravante, se introduce un elemento romántico que tampoco acaba de encajar, pero que paradójicamente le permite a Turturro enfrentar al personaje de Woody a las autoridades judías y obtener dividendos cómicos de la situación. Extraña uno el ingenio de los guiones de Woody Allen en una producción como esta, donde su principal atractivo -sin duda- es verlo actuar a él interpretando el papel que le hemos visto hacer desde hace muchos años, el de un hombre neurótico, fóbico, tímido, involuntariamente cómico. Llámese Mickey como en Hannah y sus hermanas (1986), Cliff Stern en Crímenes y pecados (1989) o Larry Lipton en Misterioso asesinato en Manhattan (1993), Woody siempre encarna al mismo tipo de personaje. En su más reciente producción, Blue Jasmine (2013), Woody no apareció actuando, así que poderlo ver en Casi un gigoló se antoja una compensación mínima para los que hemos seguido de cerca su trayectoria tanto detrás como frente a las cámaras.
En un reportaje publicado el pasado 13 de abril en The New York Times, Woody Allen habla con Zach Baron sobre su participación en Casi un gigoló confesando que como actor “he tenido muy, muy, muy pocas ofertas a lo largo de todos los años que he estado en el negocio del cine”. Sorprendido por la respuesta, el periodista le pregunta si los demás directores no lo llaman nunca. Y Woody responde que “nunca lo han hecho, sea el que sea el momento de mi vida. He tomado casi todos [los roles] que me han ofrecido. Pero prácticamente nunca me ofrecen cosas. Tengo un rango limitado, quiero decir que no habría sido creíble como el hermano de Al Pacino en El padrino o algo así, pero este personaje era el de un tipo que ha pasado su vida administrando una librería, lo que es completamente creíble para mí, y que resultó prostituyendo a John. Me pareció bien”. Probablemente sus colegas piensen que es casi imposible que Woody les acepte una oferta para figurar en un proyecto, permanentemente ocupado como está con sus propias obras, en una agenda autoimpuesta de estrenar una cinta cada año.
Consecuente con estas recientes declaraciones, en el libro Conversaciones con Woody Allen, publicado por Eric Lax en el 2007, Woody habla de su trabajo como actor: “Puedo encarar versiones variadas de lo que soy, es decir, un personaje típicamente neoyorquino. Y eso no me deja mucho margen de maniobra. El público aceptará que represente ciertos momentos serios dentro de una comedia, pero no una película seria. Quizás tenga cierto margen de variedad dentro de mi reducido registro. Como profesor universitario quedaría creíble, y también como empleado de la revista The New Yorker o trabajando en algo relacionado con la literatura. Por otro lado, podría hacer de corredor de apuestas en una historia de Damon Runyon. Podría pasar por un tipo que juega a los caballos o por uno de esos personajes que se mueven en el submundo urbano, ya fuera un soplón, un periodista deportivo o un corredor de apuestas. Pero no deja de ser un registro reducido circunscrito a un entorno urbano”. Dado que su público se ha acostumbrado a verlo actuar, el que no aparezca en alguno de sus filmes representa -de alguna forma- una frustración; de ahí que Woody se haya encargado de modelar álter egos en los largometrajes en los que no encuentra un papel para él mismo, como ocurrió con John Cusack en Balas sobre Broadway (1994) o Kenneth Branagh en Celebrity (1998).
Antes de debutar como director en Robó, huyó y lo pescaron (Take the Money and Run, 1969), ya Woody había actuado en dos cintas previas, What’s New Pussycat (1965), que contaba con guión suyo, y Casino Royale (1967), una inteligente parodia a las películas de James Bond. Tras iniciar su carrera como director y guionista, la primera vez que accede a actuar en un filme ajeno es en Sueños de un seductor (Play It Again, Sam, 1972) de Herbert Ross, que se basó en una obra teatral de su autoría estrenada con mucho éxito en Broadway y que él mismo adaptó para la pantalla en diez días. En declaraciones para la revista Cinema en marzo de 1972, Woody explica que “No quisiera nunca dirigir una película a partir de una obra de teatro. Solo estaría interesado en trabajar proyectos originales para la pantalla. Yo ya estaba ocupado [en Todo lo que usted siempre quiso saber sobre el sexo* pero nunca se atrevió a preguntar] y no quería pasar un año en un proyecto que yo había hecho en Broadway”. Bajo la dirección de Ross la cinta fue un éxito comercial y de crítica y convirtió a Woody en una estrella popular. Aunque Sueños de un seductor se enmarca en el periodo –ya insufrible- en el que Woody creía poder hacer reír con golpes, porrazos y demostraciones de torpeza física, la verdad es que el guión de la película y los diálogos son fantásticos. Muestra temprana y brillante de su ingenio, fue también la primera vez que lo vimos actuar al lado de Diane Keaton.
De todos los largometrajes en los que ha actuado a órdenes de alguien más, creo que la más importante y notable ha sido El testaferro (The Front, 1976) del gran Martin Ritt. No es una comedia, es un drama acerca del periodo de las listas negras y la cacería de brujas de finales de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, cuando el Comité de Actividades Antinorteamericanas del Senado de los Estados Unidos buscó y purgó a la fuerza la presencia comunista en los medios de comunicación. Con guión de Walter Bernstein, que junto a Ritt estuvieron en la lista negra y se les impidió trabajar, el filme tiene a Woody Allen haciendo las veces de cajero de un restaurante al que un guionista amigo le pide utilizar su nombre para poder seguir trabajando en la televisión de los años cincuenta.
En una entrevista para The New York Times publicada en 1976 a propósito de esta producción, Woody expresaba que “Desde el principio tuve enormes reservas sobre hacer una película que yo no había escrito y sobre la que no tendría control como director. La razón por la que hice El testaferro fue que el tema valía la pena. Martin Ritt y Walter Bernstein vivieron la lista negra y sobrevivieron con dignidad, así que no me importó acatar su juicio”. El coprotagonista de este drama fue Zero Mostel, un actor que también fue vetado por los mismos motivos de Ritt y Bernstein, de ahí que se trate de un filme con una enorme carga emocional para todos los que la hicieron –incluyendo a los actores de reparto Herschel Bernardi, Lloyd Gough y Joshua Shelley- todos sujetos al ostracismo de la lista negra. Woody está a la altura de ese reto, dándole pinceladas personales de ligero humor a su personaje. En el texto de Eric Lax, el actor afirma que “vi los diálogos que me correspondían, fui capaz de adaptarlos a mi propio lenguaje”. El resultado es soberbio, una cinta que combina drama, tragedia, cinismo, miedo y paranoia, todo matizado y suavizado, afortunadamente, por la presencia de Woody como un avivato y oportunista que al final se redime a sí mismo.
Paul Mazursky dirigió a Woody y a Bette Midler en Scenes from a Mall (1991) y John Erman lo tuvo a sus órdenes en una película para televisión, The Sunshine Boys (1996), según la obra teatral de Neil Simon. Su voz y su personalidad darían forma a Z en Hormiguitaz (Antz, 1998) la película animada de Eric Darnell y Tim Johnson; para Alfonso Arau estaría en Picking Up the Pieces (2000) y rematamos esta historia con Casi un gigoló. Una filmografía breve e irregular para un hombre que solo con su propia obra, sin recurrir a nadie más, ya ha logrado tocar la codiciada gloria.
Publicado en el suplemento Generación del periódico El Colombiano (Medellín; 18/05/14). Pags.6-7
©El Colombiano, 2014