Pareja a la fuerza: La chica del adiós, de Herbert Ross
Aunque la mayoría de las películas cuyo guion escribió Neil Simon son adaptaciones de sus propias obras teatrales –Descalzos en el parque (Barefoot in the Park, 1967), Plaza Suite (1971)- diez de sus guiones fueron originales para cine y uno de ellos fue nominado al premio Oscar, el de La chica del adiós (The Goodbye Girl, 1977), que el director Herbert Ross transformó en una exitosa película producida por Ray Stark, un homenaje a las screwball comedies de los años treinta y cuarenta, y centrada como ellas en “la guerra de los sexos”, entre una hombre y una mujer testarudos y con nada en común que terminarán viendo que de sus diferencias pueden sacar partido mutuo.
Sin embargo no había mucha confianza en el proyecto durante su concepción: “Nadie esperaba algún milagro con esta película y probablemente no se hubiera hecho si no fuera por la fe que le tenía Ray Stark” (1), confesaba Neil Simon. Esto suena extraño y casi inexplicable considerando la fama de “hacedor de éxitos” que precedía a Simon, pero en realidad La chica del adiós fue la fase final de un desastre. La actriz Marsha Mason y Neil Simon se casaron en 1973 y durante su luna de miel tardía en Florencia soñaron hacer una película juntos, una comedia romántica estilo Tracy-Hepburn o Stewart- Sullavan. Simon escribió para ella un guion llamado Bogart Slept Here y convenció a la Warner de financiarlo, a Stark de producirlo y a Mike Nichols de dirigirlo. La historia trataba sobre un actor de teatro off Broadway que es reclutado por Hollywood y se instala en California con su esposa y un hijo. Cuando la película tiene éxito, empiezan a surgir problemas de ajuste con su familia. Al parecer Simon se inspiró en la vida de Dustin Hoffman, quien le relató lo difícil que fue ir a Los Ángeles a hacer El graduado (The Graduate, 1967).
Robert De Niro, recién salido de Taxi Driver (1976), sería el protagonista masculino de Bogart Slept Here, pero de entrada fue evidente para todos que la comedia ligera no era lo suyo. El rodaje se suspendió a la semana de haberse iniciado, cuando un par de ejecutivos de la Warner y el director consideraron que De Niro no era el actor adecuado para ese tipo de rol y lo desvincularon del rodaje. Recordaba Simon: “Finalmente, Mike se encargó de otra película. De Niro se fue a hacer otra cosa sin duda brillante, y Marsha y yo nos quedamos sin película, y nuestros sueños y esperanzas de Florencia se echaron a perder. Los siete días de la película fueron relegados a un pequeño estante en los archivos de Warner Brothers. Solo me encontré con De Niro unas cuantas veces en todos los años que pasaron, pero fue muy difícil mirarlo a los ojos cuando lo volví a ver” (2).
Nichols fue reemplazado inicialmente por Howard Zieff, y Richard Dreyfuss entró como protagonista del filme: desde una primera lectura del guion en las oficinas de Ray Stark la química con Marsha Mason fue inmediata. Neil Simon tomó entonces la decisión de escribir un nuevo guion para ambos, manteniendo parte de la premisa original, pero haciendo una especie de “precuela”: los dos personajes apenas irían a conocerse. En seis semanas La chica del adiós estuvo escrita. Herbert Ross, un eficiente artesano que ya había trabajado con Simon & Stark en The Sunshine Boys (1975) asumiría la dirección.
Ya que la Warner tenía los derechos de Bogart Slept Here, pero había un clima enrarecido de desconfianza, trató de venderle La chica del adiós a la MGM, que solo aceptó dividir gastos y compartir posibles ganancias. Lejos estaban de presentir que sería un éxito rotundo de taquilla y que iba a ser nominada a cinco premios de la Academia: mejor película, director, actor, actriz, actriz de reparto y guion original, y a darle a Dreyfuss el único premio Óscar de su carrera, convirtiéndose en ese momento en el actor más joven en recibir ese galardón, con apenas 29 años.
La chica del adiós no solo es perfecta como comedia romántica, sino que además está construida a partir del conocimiento que Neil Simon tenía sobre el mundo teatral, lo que le permite reflexionar y mofarse con propiedad de los dolores, egos inflados y dificultades surtidas que resultan de tratar de llevar a escena una obra en medio de los caprichos de los directores de teatro. El protagonista, Elliot Garfield (Richard Dreyfuss), es un actor oriundo de Chicago que llega a Nueva York para debutar en una producción off Broadway de Ricardo III convencido de su talento, pero sin tener claras las complejidades del mundillo teatral neoyorquino.
Simon se inspiró en una representación real que su esposa y Michael Moriarty hicieron de esa misma obra, tal como relata en sus memorias: “Fui y soy fanático de Michael Moriarty y creo que es un actor enormemente inteligente y sensible. No creo que su Ricardo haya sido concebido por Michael, sino que fue la elección del director, cuyo nombre afortunadamente se me escapa. Me quedé sentado en mi asiento la noche del estreno, consciente de que Marsha se había sentido incómoda durante todo el periodo de ensayo. Las luces del recinto se apagaron y poco a poco apareció Ricardo III, ligeramente inclinado, mostrando parte de su mano deformada. Hablaba con una voz más aguda de lo que esperaba y parecía algo afeminado… Moriarty dijo su primera línea: «Ahora es el invierno de nuestro descontento» y antes de que terminara «el descontento», me dije a mí mismo: «¡Mal! Esta producción está condenada»… No sabía entonces que Lady Anne y un afeminado Ricardo III pronto jugarían un papel importante en la película que Marsha y yo habíamos soñado mientras nos sentábamos en un maravilloso restaurantico en Florencia” (3).
A sus desventuras teatrales, Elliot debe sumar una doméstica: el apartamento que le ha arrendado un amigo actor que se ha marchado a Italia está ocupado aún por quien fuera su pareja, una exbailarina llamada Paula McFadden (Marsha Mason) quien vive ahí con su hija Lucy (una fabulosa niña de diez años llamada Quinn Cummings). Paula fue abandonada y no tiene a dónde irse, y defenderá hasta donde pueda el derecho a vivir ahí con Lucy. Es fácil sospechar que los tres terminarán compartiendo el apartamento con las complicaciones apenas imaginables que surgen de la convivencia entre extraños que apenas se soportan.
El cine que escribió Neil Simon está lleno de gags verbales (one-liners) y La chica del adiós es paradigmática de ese estilo. Que Quinn Cummings sea quien pronuncie los mejores, en una mezcla entre candor y escepticismo precoz, los hace irresistibles. Ella es una especia de árbitro y comentarista de lo que ocurre entre su madre y Elliot, y de alguna forma su presencia es la que hizo que Paula no terminara en la calle y la que va a acabar de acercar a la pareja. Su desempeño como actriz natural es asombroso. Dreyfuss –cuya fama de actor difícil no era secreto para nadie- logró maravillas con ese rol de un actor seguro de sus capacidades y orgulloso de su estilo de vida natural y alternativo, que va a enfrentarse con una mujer en crisis que no es capaz de reconocer que necesita ayuda. Posteriormente los papeles van a invertirse.
Pese al éxito de La chica del adiós, su estilo de comedia parecía en ese momento anticuado –estaba homenajeando a películas de tres y cuadro décadas previas- y se enfrentó al humor reflexivo, autoconsciente y moderno de Annie Hall (1977), que la derrotó en los premios Oscar. No era asunto menor: el cine se estaba transformando y Woody Allen abordaba en Annie Hall las neurosis del hombre y la mujer contemporáneos con una perspectiva menos complaciente y soleada, y esa madurez también fue advertida por el público y la crítica, que de repente se encontraron con una obra inédita que los confrontaba y les abría los ojos. Manhattan (1979) acabó de convencerlos de sus bondades como autor, mientras el cine de Simon entraba simultáneamente en una etapa menos inspirada. Y como los buenos guionistas como ellos dos no abundan, ahí a la vuelta de la esquina estaban Jim Abrahams y los hermanos Zucker para hacer sus parodias como ¿Y dónde está el piloto? (Airplane!, 1980) y Súper secreto (Top Secret!, 1984).
El cine menos cínico y bien intencionado como el de La chica del adiós se echa de menos, sobre todo porque ya los guionistas no suelen prestarle tanta atención a la calidad intrínseca de los parlamentos, privilegiando la torpeza física y los malabarismos formales que disimulan apenas el vacío de las historias que nos cuentan. Hubo una vez, muy feliz, que existieron comedias como La chica del adiós. Ya no hay más.
Referencias:
1. Neil Simon, Neil Simon’s Memoirs, Nueva York, Simon & Schuster, 2016, p.455
2. Ibid., p. 432
3. Ibid., p. 405-406
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