Taking Care of Business: Elvis, de Baz Luhrmann

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Por sí sola una biopic sobre Elvis Presley genera expectativas, y sí la misma fue coescrita y dirigida por el australiano Baz Luhrmann, tales expectativas aumentan mucho más, pues Elvis representó al artista over-the-top que Luhrmann asimismo encarna con su aproximación al cine. Este realizador no teme a los excesos: vive y se alimenta de ellos, y sumados estos a su mirada grandilocuente, ha construido a lo largo de las décadas una filmografía donde impera el rompimiento formal, el color, la mezcla de géneros y la música como elemento trasgresor. Luhrmann “es un género en sí mismo”, como lo expresó la periodista Maureen Dowd al entrevistarlo para The New York Times. No le falta razón.

Elvis (2022)

Por eso tildar a Elvis (2022) de convencional podría ser el mayor insulto que uno pudiera darle a su realizador, pero en realidad la película –por cierto entretenida y disfrutable- es narrativamente plana. Formalmente brilla y chisporrotea (la marca de la casa no se pierde en ese aspecto), pero lo que nos cuenta del artista –a través de la figura omnisciente de su manager, el Coronel Tom Parker (interpretado por Tom Hanks debajo del maquillaje y las prótesis)- está contado en el arco narrativo tradicional, y por ende ya conocido, de hombre humilde con un talento excepcional que se eleva a las alturas y que de allá cae presa de sus demonios interiores y de los vampiros que se aprovecharon de él mientras fue famoso y adinerado. De Luhrmann uno espera riesgo, audacia, rompimiento de mitos, caída de ídolos. Nada se vio acá. ¿Se trata Elvis de una figura intocable?

Elvis (2022)

El emblema del artista –y que aparece en los créditos iniciales y finales del filme, así como en el afiche- es la sigla TCB con un rayo como el de Shazam: Taking Care of Business (haciéndose cargo de los negocios). Y eso parece haber ocurrido en Elvis. Hay muchos intereses alrededor de su figura: una viuda y una hija de prominente presencia mediática, una herencia artística, una legión de fanáticos de su música y su figura, un negocio que hay que cuidar. Y esta película hace parte del mismo. No hay lugar para sátira, desacralización, irreverencia o desvío alguno: la imagen de Elvis (interpretado con valentía por el actor californiano Austin Butler) debía permanecer impoluta. Este es un ícono con el que no se juega. Baz Luhrmann podía hacer las florituras visuales y musicales que quisiera, pero a Elvis no podía tocarlo. Y no lo hizo. Por eso siempre lo vemos desde afuera, desde la perspectiva de su inescrupuloso manager. Nunca nos acercamos a su mente, nunca sabemos en realidad que pensaba o creía. Es una figura fascinante, pero distante, sobre todo en sus años finales. Realmente no llegamos a saber quién fue en realidad.

Elvis (2022)

A lo mejor Luhrmann tampoco lo sabía y lo que en realidad le interesaba era la música que Elvis interpretó. Para exhibir su talento tenía todas las licencias y acá las aprovechó para contarnos como este artista se nutrió del blues y del góspel, de la música negra del gueto en el que creció, y él que supo convertir en un fenómeno de masas que aglutinó a una nación que estaba dividida por el racismo y las luchas por los derechos civiles. Su talento unió brechas aparentemente insalvables hasta cuando ya la imagen de Elvis se tragó por completo a la persona real, y ya empezó a ser una parodia de sí mismo, una que salía al escenario de las Vegas cada noche como quien sale a purgar sus culpas.

Elvis (2022)

Elvis como biopic se queda corta, pero como exhibición del talento de un hombre excepcional y de un artista entregado a su público, es ciertamente un homenaje que en muchos momentos da en el blanco y que nos dice a gritos que Elvis Presley sigue vigente, que acá está, que es hora de escucharlo. Baz Luhrmann es estilo y no sustancia, su película también.

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A. – Instagram: @tiempodecine

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