¿Qué quieres jugar hoy?: El verano de Kikujiro, de Takeshi Kitano

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Es septiembre de 1997 y un jurado presidido por Jane Campion otorga a Flores de fuego (Hana-Bi) el León de Oro en el Festival Internacional de Cine de Venecia y a la vez parece descubrir para el mundo occidental a su director, un hombre llamado Takeshi Kitano. Pero la verdad es que Flores de fuego era ya el séptimo largometraje de Kitano. Había entonces toda una trayectoria ignorada por el público, el mismo que masivamente acompañó la triste y melancólica historia del ex-policía Nishi y su esposa moribunda. ¿Quién era entonces Takeshi Kitano? ¿De dónde había surgido su cine?

Las respuestas empezaron a llegar cuando sus películas anteriores se reestrenaron con menos timidez o al ser exhibidas por vez primera. Kitano era un autor, en la acepción que los críticos de Cahiers du cinéma en los años sesenta promovieron y difundieron: como el creador que da vida particular y unidad, sea estética o temática, a un grupo de películas que llevan comprometida su firma. Pero Kitano era mucho más que un director: en Japón se le conocía como novelista, cuentista, caricaturista, pintor, cómico de T.V., artista del stand-up comedy y hasta patrocinador de un equipo de béisbol. Con el apelativo de Beat Takeshi y junto a Beat Kiyoshi, conformó el grupo de “los dos Beats”, artistas de la comedia oral y de improvisaciones en los años setenta, convertidos luego en personalidades de la televisión japonesa una década después.

El verano de Kikujiro (Kikujirô no natsu, 1999)

En 1983 Nagisa Oshima lo hace encarnar al sargento Hara en Merry Christmas, Mr. Lawrence y seis años más tarde está listo para su debut como director y actor en Violent Cop. Su estilo ya está en esa ópera prima agridulce: una mezcla de frialdad narrativa interna y externa, de tiempos muertos sutilmente aprovechados, de humor negro que surge de la inmovilidad y del silencio de sus personajes, seres por lo general violentos, sin importar el lado de la ley del que hagan parte. Yakuzas de la mafia local, detectives, policías corruptos, el imperio del hampa y el narcotráfico son el ámbito de su cine, dolorosa descripción de un mundo primario donde imperan las reglas del más fuerte. Kitano es explícito en Boiling Point, en Sonatina, en Flores de fuego, obras donde no cede en su gráfico efectismo visual: allí los golpes duelen, la sangre mana, las balas matan.

¿Kitano-John Woo? ¿Kitano-Tarantino? No. Kitano a secas. Nunca un director de cine violento tuvo una mirada tan melancólica y tan agónica. Los personajes de su cine están adoloridos, con una enorme pena que los cubre y los estremece. El policía de Violent Cop tiene una hermana enferma mental, la esposa de Nishi en Flores de fuego está al borde de la muerte, el yakuza de Sonatina es incapaz de ser feliz junto a esa mujer que lo espera, Shigueru el protagonista de Escenas en el mar no logra oír el rumor de las olas. Esos personajes son incapaces de hablar, de comunicar lo que realmente sienten y por eso pueblan su cinematografía de silencios y de un estatismo a veces incómodo.

El verano de Kikujiro (Kikujirô no natsu, 1999)

Pero no hay modo de reducir su obra: el director jamás ha dejado de lado sus variadas inquietudes culturales, su mirada compleja y sensible que apunta hacia el arte pictórico, hacia la lúdica, hacia los niños. Por eso la sorpresa que ha causado el sereno abordaje de El verano de Kikujiro (Kikujirô no natsu, 1999) no está del todo justificada, pues tal estilo de largometraje no resulta extraño en su filmografía: es el otro lado del espejo, es una creación del hombre que contó –casi sin palabras- la historia del joven surfista sordo de Escenas en el mar, es el director que no podía impedir que los muchachos de Kids Return se debatieran entre el boxeo y el crimen. En todo su cine hay por lo menos una caricia visual, aunque sea fugaz o ligeramente amarga: hay niños, ángeles, flores antropomorfas, una sonrisa discreta.

El verano de Kikujiro (Kikujirô no natsu, 1999)

Su mirada en espejo juega con el espectador cómplice, aspirando a que este advierta que Flores de fuego es una extensión de Violent Cop y que en Sonatina está la semilla de El verano de Kikujiro, en un curioso paralelismo que dice mucho de su compromiso como autor. La historia de Sonatina empieza como una saga yakuza, en la que Kitano es el líder de un grupo de gánsteres que a órdenes de un jefe mayor debe trasladarse a otra ciudad para colaborar en las negociaciones de paz entre dos bandas. Sin embargo, todo es una trampa y Kitano y sus hombres deben refugiarse por unos días en una playa cercana. Con el paso de los días no ven otra salida que el dedicarse a jugar. Si, a jugar. Apelando a su imaginación, a lo que encuentran en la playa y a sus recuerdos de infancia, estos hombres y una mujer que salvan de ser violada se dedican a divertirse como si estuvieran de vacaciones en algún balneario. Lo ignoran, pero son los últimos días de sus vidas y no los dedican a urdir un plan de escape, prefieren invertirlos riéndose. Kitano lo sabe bien: al dolor, la risa; y a la pena, juegos. Recuerden Flores de fuego: a la muerte inminente contrapone el mar, la unión de pareja, la risa sutil.

El verano de Kikujiro (Kikujirô no natsu, 1999)

Y así es El verano de Kikujiro: a la pena y a la soledad de su joven protagonista, Masao (Yusuke Sekiguchi), opone Kitano la capacidad enorme de diversión que puede generar él y sus amigos. Pero para jugar con un niño hay que hacerlo con sus propias reglas y los adultos del filme se rinden ante ese hecho. Masao es el centro de esos juegos, de esos días de inesperada alegría. El viaje veraniego que Masao y su acompañante Kikujiro (el propio Kitano) -cerril aspecto y modales de yakuza en uso de buen retiro- emprenden de Tokio a Toyohashi en busca de la madre del niño no es una road movie al estilo de Wenders, es más bien una excursión fruto de la imaginación de un niño, más cercano a El mago de Oz que a Alicia en las ciudades, como el mismo Kitano lo confesó cuando el filme todavía era un proyecto. Es innegable también que el influjo del cine de Jacques Tatí es permanente en la película, pues las aventuras episódicas de esta singular pareja responden enteramente a la mirada y a la lógica del niño, que va armando en un álbum una bitácora escrita de sus recuerdos de vacaciones, cuyos capítulos dividen al filme: “hombre de terror”, “el señor es raro”, “no dio resultado”, “el señor jugó conmigo” y otras más.

El verano de Kikujiro (Kikujirô no natsu, 1999)

No sabemos qué tanto de esas hazañas sólo ocurrieron en la imaginación de Masao, sólo sabemos que fuimos capaces de ser testigos de ellas, disfrutar el humor de la mayoría y padecer unas cuantas. Hay un enorme contraste entre el silencio resignado del niño y la agresividad permanente de Kikujiro, pero al conservar el estilo seco de su humor, la sonrisa no se hace esperar para florecer -tímida al principio- en nuestros rostros. Como en Sonatina, los eventos previos del filme desembocan en una celebración espontánea e ingenua del arte de jugar: en el camino la pareja se ha topado con un escritor itinerante y con un par de motociclistas ingenuos, y entre todos conforman en el viaje de regreso una improvisada tropilla cuasi circense cuyo único objetivo es divertir a Masao, con la intención de aliviar su enorme pena. Quizás con esto Kikujiro busque redimirse él también, pues el viaje junto al niño le ha hecho recordar la ausencia de sus propios padres: en su pequeño acompañante se ha reconocido, en esos ojos rasgados se ha visto. El ángel campana que Masao hizo sonar, también funcionó él y para nosotros.

El verano de Kikujiro (Kikujirô no natsu, 1999)

El verano de Kikujiro no es una pieza exótica dentro del cine de Takeshi Kitano. Es, por el contrario, la confirmación de sus enormes bondades como director. La sangre palpitante de un cine japonés cuyos maestros eternos –Ozu, Kurosawa, Mizogushi- miran complacidos desde la altura del recuerdo. Ellos seguramente ya vieron El verano de Kikujiro, y no lo dudamos, también deben estar riéndose complacidos.

Publicado en la revista El Malpensante no. 27 (Bogotá, diciembre/00-enero/01), págs. 112-113
©Casa El Malpensante, 2000

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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