Todo en orden, ¿no?: La isla mínima, de Alberto Rodríguez
La isla mínima (2014), ganadora este año de diez premios Goya, es un thriller dentro de los parámetros habituales del género: es septiembre de 1980 y dos detectives son enviados desde Madrid a un poblado sevillano en las marismas a resolver la desaparición de dos adolescentes. Los dos hombres –Juan Robles y Pedro Suárez- son compañeros de labores, pero su origen, personalidad y métodos son completamente diferentes, pero eso es algo que iremos descubriendo lentamente, esa es una subtrama igual de importante que la investigación policial, que avanza entre sordidez, suma de crímenes y un laberinto de hallazgos y pistas que a veces supera la comprensión del espectador.
El descubrimiento de los responsables de los hechos de sangre y el dejar atados todos los cabos de la narración parece menos trascendente para el director Alberto Rodríguez que el exhibirnos la red de corrupción y silencio que subyace a ellos. Ahí la película se hermana a Chinatown (1974) de Roman Polanski y sobre todo a Bad Day at Black Rock (1955), de John Sturges, filme que el director ha reconocido como una de sus influencias: la banalidad del mal puesta de nuevo ante nuestros ojos.
Esta España de La isla mínima es ya “un nuevo país” como en la cinta se menciona, pero en realidad muchas de las costumbres y vicios del franquismo estaban no solo demasiado arraigados, sino además dispuestos a cambiar de pelaje sin ser advertidos, sin tener que llamar la atención. El periodo de transición fue entonces no solo de transformación, sino también de mimetismo consentido o no. Fijémonos en Juan (interpretado de forma magnifica por el asturiano Javier Gutiérrez) y Pedro. Ellos representan el pasado y el presente de ese país, obligados a estar juntos, obligados a mirar hacia otro lado para poder convivir.
El “todo en orden, ¿no?” de Juan al final de la película y el silencio de Pedro no representan cinismo por un lado y sumisión por el otro. Es el pacto tácito y frágil de no agresión entre aquellos que detentaban el poder y los que se lo quitaron en las urnas, y que ahora deben compartir los mismos derechos bajo una democracia todavía endeble.