Un tonel lleno de dinamita: Zazie en el metro, de Louis Malle
“Todos mantenían diciéndome, «aléjate de ese libro, nunca vas a poder convertirlo en una película, es imposible». Pero me encantaba”
-Louis Malle
Jean-Paul Rappeneau conoció Louis Malle por intermedio de Alain Cavalier, que había sido su asistente de dirección en Los amantes (1958). Cavalier quería empezar a dirigir cine y propuso a Rappeneau –que traía como equipaje un crédito como coguionista en El toison de oro (Signé: Arsène Lupin, 1959)- como su reemplazo.
Para hacer su tercer largometraje de ficción, Malle quería adaptar Victoria, de Joseph Conrad, pero recibió la propuesta de llevar al cine la novela inglesa El espantapájaros, que implicaba rodar en una playa. Malle se llevó a Rappeneau durante una semana a recorrer la costa francesa atlántica, de San Juan de Luz a Calais buscando locaciones. Al regresar decidió no emprender ese proyecto y se propuso hacer lo imposible: convertir en una película la novela de Raymond Queneau, Zazie en el metro, publicada a principios de 1959, y que era todo un bestseller. La trasgresión del lenguaje, los juegos de palabras, las situaciones absurdas, la picardía y la confección de un universo delirante desde la perspectiva de una niña hicieron de este libro un favorito instantáneo de los lectores franceses. Así como era prácticamente intraducible a otros idiomas, adaptarla al cine también se antojaba algo muy complejo.
En entrevista realizada en video por Franck Garbarz en 2005, Rappeneau recuerda que el propósito de Louis Malle al adaptar Zazie en el metro era “encontrar equivalencias a la dinamitación del lenguaje que había hecho Queneau en el libro. Él quería dinamitar el lenguaje de las imágenes, al igual que Queneau utilizaba todos los procedimientos literarios: están todos los estilos, trabaja sobre la sintaxis, hay citas cortadas, encubiertas, pastiches de los grandes estilos literarios, pastiches de estilo bíblico, y el argot. Así que Louis quería, y lo dijo desde el primer momento, utilizar todo el vocabulario cinematográfico conocido para descuajaringarlo al igual que Queneau había hecho con el literario. Me explicó que quería hacer una catálogo de los posibles lenguajes cinematográficos”.
Tras adquirir los derechos, gracias a la intervención de su productor Napoleón Murrat –presidente de las Nouvelles Editions de Films- Malle le propuso a Rappeneau hacer el guion entre ambos. Con la premisa de mezclar estilos visuales y técnicas narrativas, escribieron un argumento que reverberaba de ideas: “fotografía con tomas de ocho a doce cuadros por segundo, actuación en cámara lenta, efectos de fondo en espejo en escenas de plano-contraplano, platós colapsables” (1). Con referencias directas al slapstick, a las persecuciones del cine de Mack Sennett, a las de Tom y Jerry, y a las del coyote con el correcaminos, la cinta parece por momentos haber sido dirigida por “Chuck” Jones o Tex Avery en su impredicibilidad y su anarquía. Además hay jump cuts, súbitas elipsis, juegos con los espacios, con el eje de la cámara, con la luz y con la identidad de los personajes, que le dan a la película –la primera que hizo a color- una atmósfera entre surrealista, barroca y onírica. Pero sobre todo confusa. Y nada graciosa.
Zazie en el metro cuenta la historia de una niña de unos diez u once años a la que su madre lleva a París para dejarla al cuidado de su hermano Gabriel, el tío de Zazie, mientras ella pasa un par de días con su amante. La jovencita es bastante precoz, mal hablada, impertinente y muy curiosa. Su aspiración máxima es conocer el metro de la capital, pero se encuentra con una huelga de este servicio. Su tío la aloja en el apartamento que comparte con su mujer Albertine (la bellísima Carla Marlier) en la parte alta de un restaurante y pensión regentada por un hombre llamado Turandot. Zazie se va a recorrer la ciudad por sí misma y en su paseo conocerá a un policía encubierto, Trouscaillon (Vittorio Caprioli), que pretende entregarla a su tío. Zazie –la película parece tener su edad mental- pasea por diversos sitios de la ciudad, conoce con su tío y un taxista la torre Eiffel, se mete en una persecución automovilistica por las calles atestadas de Paris y en la noche descubre a que se dedica realmente su tío Gabriel (interpretado por Philippe Noiret). En el camino hay peleas, equívocos, situaciones loquísimas e incoherentes, citas autoreferenciales (uno de los personajes afirma que “El amor puede nacer de una mirada”, que es una frase de Los amantes; Zazie grita “¿La nueva ola? Una mierda”) y la presencia de unos figurantes “permanentes” que van a aparecer constantemente en diversos roles de extras a lo largo del filme, generando un continuo y molesto déjà vu. El espectador queda entre desconcertado, mareado y exhausto.
Pero no todo es exactamente caos: así no sea evidente a simple vista, hubo una elaboración muy cuidadosa de lo que vemos. La puesta en escena de Zazie en el metro estuvo influida de manera activa por William Klein, que participó como consejero artístico. Klein –nacido en 1928- es un fotógrafo norteamericano que desde 1947 se radicó en París. Estudió en la Sorbona y fue discípulo de Fernand Léger, de quien aprendió pintura y escultura. Sus fotografías de moda para Vogue son icónicas y su libro de imágenes sobre Nueva York es un clásico. En 1958 empezó a rodar cortometrajes –Broadway by Light-y en 1966 hace su primer largometraje de ficción, Qui êtes-vous, Polly Maggoo?
Philippe Collin fue el asistente de Louis Malle en la dirección de Zazie en el metro. En el cortometraje documental El París de Zazie (2005), dirigido por Jonás Rosales, recuerda el aporte de William Klein al filme: “La importancia de Klein es capital, ya que en muchos sitios [del filme] hay vallas, quioscos, cosas así. Esas vallas estaban hechas con collages con elementos de carteles, de grafismo, letras negras, rojas, y esa valla la llevábamos a todas partes. En cuando algo del decorado no le gustaba lo tapábamos con la valla consiguiendo cierta unidad visual. Y la otra unidad visual de la que Klein es responsable a través de Louis Malle, es el uso de objetivos extremos, deformantes, focales cortas, que se usaban mucho sobre [Philippe] Noiret, sobre [Vittorio] Caprioli. Eran caras al límite de la la deformación, perfectivas un poco raras que son una buena transposición visual del estilo literario de Queneau que es todo salvo realista. Podemos reconocer los sitios pero están retorcidos, deformados. Y eso se da todos los niveles, la adaptación está muy conseguida. Visualmente William Klein fue muy importante”.
¿Pero entonces por qué la película no funciona? La acumulación de ideas e imágenes lanzadas en ráfagas imparables termina por saturar al espectador y no le permite apreciar los detalles formales y narrativos que componen el filme. Lo que predomina es el ruido de fondo, la carrera loca, el diálogo absurdo, la situación anárquica mal resuelta. No hay como disfrutar una película así, que no tenga siquiera un personaje simpático con quien relacionarse, pues hasta la propia Zazie carece de encanto. Jean-Paul Rappeneau en la misma entrevista mencionada afirma que “lo cómico, porque se trata de eso, es que el libro había hecho reír a toda Francia, y en teoría, la película debía hacer reír a toda Francia, pero no fue así porque esta película a veces llegó a asustar, porque es como un objeto no identificado, una especie de tonel lleno de dinamita con la mecha encendida y que a la gente le había explotado en la cara. Así que estábamos un poco perturbados por eso”. La perturbación era obvia, el tonel no solo había estallado en la cara del público, sino en el rostro de Malle, Rappeneau y todos los responsables del filme. El director reconoce lo ocurrido: “la forma de Zazie es muy extrema. Tenté un poco la suerte. El último tercio del filme no es como el resto porque en algún punto se sale de control. Incluso para aquellos que aman el filme, hay un momento en que se hace repetitivo. Funciona bien durante una hora y luego se vuelve confuso. Eso, creo yo, es la principal debilidad de la cinta” (2).
¿No hay nada que rescatar de este naufragio? El estilo pop y desenfadado que Malle utilizó sirvió de influencia a los ingleses Richard Lester y a Karel Reisz en filmes de comedia surrealista como A Hard Day’s Night (1964), El knack… y cómo conseguirlo (The Knack …and How to Get It, 1965), Help! (1965) o Morgan: A Suitable Case for Treatment (1966) y es posible también trazar su huella hasta Jacques Tati y su Playtime (1967). Zazie estaba adelantada a su tiempo y en la década siguiente marcó tendencia, sin embargo no cabe duda que ha envejecido muy mal dentro de la filmografía de este autor, aunque algunos le han dado ya categoría de “película de culto”.
Malle también encontró en este filme algo positivo: “Con Zazie descubrí el que posiblemente ha sido mi tema principal en películas como Lacombe, Lucien, El soplo al corazón, Adiós a los niños y también ciertamente Pretty Baby: en el centro del filme hay un niño o un adolescente expuesto a la hipocresía y corrupción del mundo de los adultos. Para mí es muy obvio ahora, pero no estoy seguro que lo supiera en esos momentos” (3). En un director catalogado como un realizador sin características distintivas como autor, esta afirmación que él mismo hizo en su diálogo con Philip French no es un dato menor.
Zazie en el metro es entonces la primera de las películas suyas centradas en la infancia enfrentada a la capacidad corruptora de la adultez. Lástima que sea un filme tan poco claro, incluso en ese aspecto. O quizá si sea claro, pero a su manera. Es posible que la clave esté en unas palabras que Gabriel pronuncia encima del elevador de la Torre Eiffel: “París es una ilusión, Zazie es un sueño y toda esta historia es la ilusión de un sueño”. Así sea entonces.
Referencias:
1. Hugo Frey, Louis Malle, Manchester, Manchester University Press, 2004, p. 49
2. Philip French (Ed.), Malle on Malle, Londres, Faber and Faber, 1996, p. 29
3. Ibid., p.28