Ya nada queda: Solo un sueño, de Sam Mendes
Los que recuerdan con nostalgia la pareja que constituían Kate Winslet y Leonardo DiCaprio en Titanic (1997) esperaban volver a verlos juntos en alguna otra película. La oportunidad llegó con Sólo un sueño (Revolutionary Road, 2008), la más reciente producción del director inglés Sam Mendes.
Sin embargo, la romántica pareja del trasatlántico que se hunde ha sido reemplazada aquí por un matrimonio que naufraga. En ambos casos, poco queda por hacer. En el exterior, April y Frank parecen la pareja perfecta. O digamos que en nuestro inconsciente tendrían porqué serlo: viven en un cómodo suburbio a mediados de los años 50 y el cine nos ha enseñado que en esa época los matrimonios eran felices, las amas de casa eran las reinas del hogar, los maridos iban a trabajar con optimismo en la frente, los niños eran angelicales… todo sonreía.
Todd Haynes, con Lejos del paraíso (Far from Heaven, 2002), nos mostró que el sueño americano de los cincuenta tenía en muchas ocasiones visos de pesadilla, y Sam Mendes vuelve a recalcarlo ahora. La incomprensión, la falta de comunicación y el vacío existencial rodean a April y Frank y los hacen asfixiarse, buscar salidas violentas, irrespetarse, pretender soluciones fantasiosas que no van a llevarlos a ninguna parte. No se dan cuenta de que no pueden buscar el sentido de la vida en el otro ni en las cosas externas, que sólo ellos mismos son responsables de su propia felicidad y que lo que ven como trampas (la rutina laboral, las labores domésticas, las deudas, los hijos) no son otra cosa que componentes habituales de una existencia normal, como la que viven. Mientras tanto se desgastan pensando qué fue de la excepcional vida a la que ellos creían tener derecho por ser jóvenes, bellos y estar enamorados.
Realzando el magnífico nivel actoral de los protagonistas está Michael Shannon, en un pequeño pero crucial papel: el de un hombre con un desequilibro mental que se encarga -lúcido- de descubrir lo que la pareja quiere ocultar. A ellos los incomoda verse descubiertos, como a nosotros nos incomoda Mendes con su narración contenida y fría, donde no hay escapes simples, ni finales felices. Ya nada queda, parece decirnos. Quisiéramos que el director condescendiera a ofrecerles a estos esposos una luz optimista, un breve solaz; pero a un instante de claridad le sigue una oscuridad cada vez más creciente y demoledora. Punitivo en su crueldad hacia sus personajes, consigue que no nos pongamos del lado de estos, objetividad y distancia que él requería para que, en vez de lástima, sintiéramos rubor de presenciar -sin ser invitados- la larga agonía de unos afectos condenados a morir.
Publicado en el periódico El Tiempo (Bogotá, 05/02/2009). Columna Cine, pág. 1-16
©Casa Editorial El Tiempo, 2009
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