A Very Angry Young Man: Neds: no educados y delincuentes, de Peter Mullan

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Vamos a presenciar el estallido de un sueño. El panorama desolado que queda cuando las ilusiones vuelan en pedazos y no hay más que hacer distinto a aceptar la realidad. Indefectible, dolorosa, cruda, pero real. La quimera de una vida mejor, más digna, menos vulgar, hecha polvo por unas circunstancias de las que no es posible escapar y que conspiran todas en su contra. No vale la pena luchar, no vale la pena resistirse: la resignación y la entrega son el único camino. El conformismo y la mediocridad como norma. La ira como única forma de resistencia. Esta es la historia de una derrota, la historia de John McGill, el joven protagonista de Neds: no educados y delincuentes (Neds, 2010).

John es escocés, vive en Glasgow y su historia empieza cuando es un niño, apenas empezando los años setenta. Él tiene un don y un seguro de vida. El primero es su inteligencia: es un estudiante brillante, que se destaca por su inteligencia y buen desempeño escolar. Pero eso en los barrios populares de Glasgow no es suficiente. John es víctima de la violencia, de aquellos que se burlan de él por sus capacidades, que lo victimizan por ser diferente. Ahí entra a su funcionar su seguro de vida: su hermano mayor pandillero, que se va a encargar siempre de desquitarse de quienes abusan de él. Pero esa sombra protectora también es ominosa: todos apuestan a que John está predestinado a seguir sus mismos pasos.

Neds: no educados y delincuentes (Neds, 2010)

La primera parte de la película es la lucha de John –primero como niño y luego como adolescente (interpretados respectivamente por Gregg Forest y Conor McCarron)- por no dejarse amilanar por la atmósfera violenta e intolerante que lo rodea, tanto afuera como dentro de su casa, pues el director Peter Mullan le tiene reservado un hogar que es, ante todo, un lugar común: madre abnegada y sumisa, y padre alcohólico y abusivo (interpretado por el propio director Mullan). John no encuentra apoyo en ninguna parte: la educación pública –la única a su alcance- tampoco está a su favor. La inteligencia y la dedicación no son más que defectos estorbosos, desviaciones a la mediocridad imperante, y por ende deben ser reprimidas. Inolvidable, por lo dolorosa, es la escena en la que el profesor de latín lo acusa de haberse puesto en ridículo por haber hecho un examen perfecto y lo hace subir al pupitre para rendirle irónica alabanza mientras sus compañeros lo miran con odio. Ese que les genera que John sea distinto, que crea que él si va a poder escapar a la única vida a la que tienen derecho. Que iluso.

Neds: no educados y delincuentes (Neds, 2010)

John resiste en su lucha solitaria. Resiste oprobios, golpes, silencios en casa, desprecios de las clases altas. Resiste y resiste. Pero un día no puede más y se entrega a lo evidente: no va a ser posible una existencia diferente, no hay como salir del arroyo, no es posible sobrevivir ahí estando solo, sin un grupo que lo respalde e impida que lo maten. Deja de ser un nerd para volverse, por física necesidad, un ned. Viene ahora el descenso infernal, la caída desenfrenada, la ira ya -por fin- sin represiones. Y John arremete. Finge ser tan estúpido como sus demás semejantes, se despoja de esa inservible inteligencia y saca de muy dentro el pandillero salvaje y primario que lo habita. Vemos con dolor ese camino autodestructivo que hará polvo todo a su alrededor. Una hermosa tía suya que vive en los Estados Unidos y que no visitaba a su familia regresa unos días. Había dejado un amoroso sobrino, ahora encuentra una fiera herida y una situación familiar tan volátil como insostenible. Se va de nuevo. Desaparece, más bien.

Neds: no educados y delincuentes (Neds, 2010)

El realismo de acero que Peter Mullan había mostrado hasta entonces (aunque bordeando cierto sarcasmo, como en la descripción caricaturizada del sistema escolar escocés) se va desdibujando a medida que la mente de John también deja de ser clara y solo los impulsos empiezan a dominar su errático actuar. Por momentos no queremos ver más, no aguantamos que ese muchacho se esté matando, simplemente porqué no pudo romper con un esquema social determinado a priori por su marginalidad. La crítica social resuena duro en nuestra cabeza, aunque se echa de menos una sutileza que quizá hubiera sido más efectiva que esta descarga de violencia casi irreal.

Pero Peter Mullan tenía que contar esta historia con semejante visceralidad porqué de alguna forma es la suya. Natural de Glasgow e hijo de una familia que sufrió los abusos de un padre alcohólico y desenfrenadamente violento, dejó el colegio a los 14 años a pesar de ser un estudiante notable, para unirse a una pandilla que hacía del puñal su credo. Ahí estuvo un año, sobrevivió y regresó a terminar sus estudios, para ingresar a la Universidad local a los 17 años. Es un sobreviviente. Pero otros no tuvieron semejante suerte, otros nunca encontraron la salida a un laberinto demasiado complejo para sus fuerzas. Por eso existe esta película tan fuerte como irregular, a lo mejor porqué está pensada desde el testimonio y la denuncia, y no desde la academicidad narrativa. Mullan quería transmitirnos zozobra y a fe que lo logró. Solo cuando se torna excesivamente simbólico se desdibuja, como cuando nuestro apaleado John, nuestro angry young man quiere enfrentarse –literalmente- a su fe católica, esa que también lo olvidó.

Neds: no educados y delincuentes (Neds, 2010)

Sobre todo porqué Neds es una película sobre un olvido crónico, sobre todos aquellos muchachos, dejados de lado por sus padres y aquellos encargados de formarlos, que no tuvieron oportunidad distinta a una vida indigna cuando no a morir jóvenes. Son ellos los protagonistas de este filme que obtuvo la Concha de Oro del Festival de Cine de San Sebastián en el 2010, otorgada por un jurado que presidía el director serbio Goran Paskaljevic. Conor McCarron obtuvo también el galardón al mejor actor por su retrato desgarrado de un muchacho tan absolutamente adolorido que hasta los leones le temen.

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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