Colombia en la mira

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Les comparto el editorial que escribì para el número de la revista Kinetoscopio dedicado al cine colombiano contemporáneo, publicado este año.

Unos bienvenidos reconocimientos que han sido otorgados recientemente al cine colombiano, sumados a una producción cada vez más creciente, han hecho que vivamos una autentica primavera artística: nuestro cine parece estar alcanzando un nivel que lo hace no solo visible, sino además atractivo y competitivo en los mercados y festivales internacionales.

En el 2014 en Cannes Leidi ganó la Palma de oro al mejor cortometraje, pero este año La tierra y la sombra nos trajo la Cámara de oro y El abrazo de la serpiente se alzó con cuanto premio pudo en el apartado donde compitió. Alias María participó incluso en la sección competitiva “Una cierta mitrada” de tan prestigioso evento ecuménico. Todo empezó por el fin fue seleccionada para presentarse en Toronto, mientras La tierra y la sombra obtenía el Premio Cooperación Española en San Sebastián. Las buenas noticias no paran.

Partimos de la alegría pero eso no nos cierra los ojos frente a otras particularidades de este fenómeno: ¿Qué cine se está produciendo? ¿Para quién? ¿Qué busca? ¿Si lo estamos consumiendo? ¿Si le están dando el espacio que merecería? Estas preguntas generan preocupación, pues pese a que estamos haciendo muchas películas, ahora más que nunca, los espacios para verlas comercialmente son igual de limitados que otrora: escasas salas y una semana en promedio de exhibición antes de desaparecer. No hay confianza en esos filmes por parte de los distribuidores y exhibidores, excepto que se trate de las comedias populistas y de lenguaje televisivo que los espectadores nacionales están acostumbrados desde siempre a ver.

Tristemente ese cine predecible y desechable es el que se consume masivamente, mientras los nuevos autores parecen estar de espaldas al gusto de un público que responde a unos códigos audiovisuales facilistas y mediocres, quizá porque probablemente nadie se preocupó por su formación, porque nadie los invitó a ver un cine más rico y valioso. Nuestros nuevos autores que recibieron educación cinematográfica formal (esa es otra buena noticia, ya el empirismo que era la norma ha sido desplazado por las aulas y los ateliers) probablemente tuvieron la oportunidad de ver y analizar la obra de Bergman y Godard, mientras el público añoraba un reemplazo del “Gordo” Benjumea. Además esos mismos espectadores tienen en su imaginario colectivo la idea de que el cine colombiano “serio” nos hace mucho daño al centrarse exclusivamente en temas relacionados con el narcotráfico y los conflictos armados.

Esa dicotomía entre las elaboradas intenciones artísticas de nuestro novísimo cine –que busca validarse ante los grandes Festivales del mundo conquistando galardones- y el gusto del espectador local es una barrera que hay que lograr franquear. Nos hace mucho daño la desconfianza mutua (“no hago mi cine pensando en el público”, “no me gusta el cine colombiano: solo muestran narcos y guerrilla”). Es hora de buscar puntos de unión –estilísticos, narrativos, didácticos- que nos permitan disfrutar por completo el hecho de estar, por fin, en la mira.

Publicado en la revista Kinetoscopio No. 111 (Medellín, vol.25, 2015), pag. 2
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2015

La-tierra-y-la-sombra-POSTER

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