El fin del mundo: Melancolía, de Lars von Trier

Compartir:

No siempre tiene que estrellarse otro planeta contra la Tierra para que se acabe el mundo. Veamos el caso de Helge, el patriarca sueco que en la pomposa celebración sus 60 años recibió un golpe fatal: su hijo mayor, Christian, reveló en público que su padre abusó sexualmente de él y de su hermana cuando eran niños, y que lo responsabilizaba del reciente suicidio de esta. Al natural pasmo de semejante afirmación se sumó el bochorno de haberla hecho en medio de familiares y amigos. A Helge se le acabó el mundo. Así nos lo contó Thomas Vinterberg en Celebración (Festen, 1998), la primera película del Dogma 95, efímero movimiento danés que pretendió reinventar la manera de hacer cine.

Uno de los firmantes del manifiesto del Dogma es a su vez el director que más éxito ha tenido luego que, tanto él como los demás, se cansaran de la camisa de fuerza que el decálogo que se autoimpusieron resultó ser. Lars von Trier y su cine siempre ponen a hablar a la crítica y al público, a veces más por la figura pública que él se ha forjado que por la calidad misma de sus películas, creadas en ocasiones ex profeso para generar algún incendio breve que de nuevo lo ponga en primera plana. Recuérdese lo que pasó en mayo del 2011 cuando fue expulsado del Festival de Cine de Cannes por sus declaraciones pro nazis. La película que llevaba a la competencia se quedó ahí representándolo y quizá ganando espectadores curiosos de saber si Melancolía (Melancholia, 2011) era tan incendiaria como su bocón autor.

Melancolía (Melancholia, 2011)

Por fortuna la película se defiende por sí misma y demuestra que debajo del realizador iconoclasta y radical vive un director que tiene oficio y que sabe contar, desde su particular mirada, una historia. Una, en este caso, apocalíptica. He recordado adrede a Celebración, porqué la primera parte de las dos en las que se divide Melancolía remite directamente a esa película. Ambas empiezan en la carretera que lleva al castillo donde va a haber una elegante reunión social, una de esas ocasiones donde la gente se pone su máscara más digna y se prepara para fingir durante varias horas. En la película de von Trier es una suntuosa boda, pero –algo por dentro nos lo dice- todo apunta al desastre. No se trata esta vez de una revelación explosiva sino de algo opuesto: de la sensación de inercia que envuelve a la novia, Justine (interpretada por Kirsten Dunst), una mujer que parece, a partir de cierto momento, absolutamente abstraída de sus compromisos como centro de esta ceremonia. Algo la tiene –literalmente- en la luna, algo superior a ella la hace perder todo interés en el complejo rito social que su estricta hermana y su cuñado prepararon para ella. Decide quemar las naves, decide acabar con esa farsa y con ese mundo al que siente que ya no pertenece. Primer Apocalipsis. El personal.

Lars von Trier junto a Kirsten Dunst y Charlotte Gainsbourg en el set de Melancolía (2011)

Lars von Trier junto a Kirsten Dunst y Charlotte Gainsbourg en el set de Melancolía (2011)

El segundo Apocalipsis es colectivo y ocurre en la segunda parte del filme, que tiene como protagonista a Claire (Charlotte Gainsbourg), la hermana de Justine, que pierde progresivamente la compostura ante una mala noticia. Una realmente mala, y cuyo impacto se ve acrecentado por la cámara nerviosa y los zooms invasivos de von Trier. Justine también está ahí, pero recordemos que ya está muerta, que nada le importa desde el fondo del pozo depresivo en el que se encuentra. Ahora es Claire la que ve venir de frente el final de sus días, pero no se entrega al desastre como su hermana: lo sufre desesperanzada, como haríamos muchos. Dos caras, la misma moneda, el mismo resultado: el fin.

Publicado en la revista Arcadia No. 78 (Bogotá, marzo-abril/2012). Pág. 28
©Publicaciones Semana, 2012

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

melancholia_movie_poster

Compartir: