Existir en la añoranza: Guerra fría, de Pawel Pawlikowski

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Guerra fría (Zimna wojna, 2018) es demasiado consciente de su intencional belleza formal como para que esta pase inadvertida. Su formato académico, su prístino blanco y negro, y ese “aire” que queda en el tercio superior del encuadre son continuidad de un estilo que Pawlikowski había probado con éxito en Ida (2014) y que acá refuerza. De por sí que un director decida darle uniformidad estilística a su cine no tiene nada de malo, más aún si ambos largometrajes están situados en el pasado de Polonia –que es el pasado además de la propia vida del director, nacido en 1957. Lo que sí es discutible es que ese deslumbramiento visual pase por ingenuo o desprevenido, cuando en realidad es calculadísimo. Pawlikowski sabía que el trabajo del cinematografista Lukasz Zal en Ida había sido un factor diferenciador y acá quiso prolongar ese suceso. Obviamente la novedad y la pureza se han perdido, lo que queda es el calco. Bello, pero repetitivo.

Guerra fría (Zimna wojna, 2018)

Dentro de ese marco formal se cuece la historia de amor y separación de la pareja protagónica, Wiktor y Zula, que está inspirada en la vida de los padres del director, de quienes conservó el nombre y varios hechos que les sucedieron. Lo demás es una ficción que transcurre entre 1949 y 1964, un periodo de la historia en la que el gobierno comunista polaco endureció progresivamente su postura política. Wictor (Tomasz Kot) es un músico encargado por el estado de servir de cazatalentos a lo largo de la geografía rural del país para encontrar artistas vernáculos y así armar un grupo folclórico musical de alto nivel. Entre las cantantes encuentra a una joven rubia, Zula (Joanna Kulig), de especial desparpajo. Profesor y pupila serán los protagonistas del relato.

Guerra fría (Zimna wojna, 2018)

Aunque aparentemente el punto de vista de la narración es el de Wiktor, realmente es muy poco lo que sabemos de él. De Zula sabremos mucho menos aún, todo lo que se nos dice de sus antecedentes –bastante escabrosos, por cierto- es por terceras personas. La película se sirve de abundantes elipses para hacer avanzar la acción y la relación entre ambos, deambulando entre hermosa música y bailes regionales del folclor polaco que lentamente se van contaminando, obligadamente, de la doctrina comunista. Al punto al que quiere llegar Pawlikowski es que la política terminará distanciando a los amantes, llevando a uno al exilio. La promesa de huir juntos, la espera inútil, la separación, la amargura, la vida bohemia en otra ciudad… Casablanca (1942) y otras historias de compromisos incumplidos rondan por aquí, en esta película en la que Wiktor asume el rol del ser herido que debe tragarse el dolor y empezar de nuevo.

Las elipsis, que se antojan a veces un forzado deus ex machina, hacen que la separación se antoje menos larga, pero lo que no cambia es la incapacidad de verse en realidad, de ser felices por completo. No lo eran en Polonia, donde debían ocultar su relación y no lo fueron en el exilio occidental, porque sus intereses profesionales estuvieron siempre por encima de sus ganas de estar juntos. Ahí la película es implacable con ambos: no va a facilitarles nada a dos seres que decidieron ser infelices: parecían más deseosos de extrañarse que de estar juntos. En la añoranza existían, en la presencia se anulaban, se extinguían mutuamente.

Guerra fría (Zimna wojna, 2018)

Si Guerra fría adeuda elementos dramáticos a Casablanca, también los debe al fatalismo del realismo poético francés de los años treinta, el mismo pesimismo que exhibió el film noir norteamericano de los cuarenta y cincuenta. Esa femme fatale que lleva a la perdición de un hombre débil está reflejada en esta Zula indómita e impredecible pero que siempre estaba en el momento justo para salvarle la vida a Wiktor, para darle oxígeno de alguna forma, para ofrecerle una oportunidad que él mismo se negaba. Ella se sacrificaba. Él la entregaba al mejor postor. Para ambos era imposible estar en el mismo plano emocional y sin embargo la dependencia (y sobre todo la añoranza) que sentían era tan irracional como irresistible.

Guerra fría (Zimna wojna, 2018)

Pawel Pawlikowski nos entrega un relato que pretende ser la crónica de lo que ocurre con una pareja cuando el lazo que los une es tan fuerte e intrincado que los estrangula. “Vayamos al otro lado. La vista será mejor allí”, le dice Zula a Wiktor mientras lo toma de la mano y ambos se ponen de pie. Es la escena final de Guerra fría. Han sufrido mucho con ese amor y con ese desamor que tanto les pesa. Ahora él confía en que por fin podrá estar para siempre con ella, con la mujer de su vida. La cámara se queda quieta mientras ellos se van.

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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