La maleza que todo lo consume: Las hierbas salvajes, de Alain Resnais
Realmente la expectativa era enorme. Era la película más reciente de Alain Resnais, el viejo veterano de la nueva ola francesa que con esta obra otoñal ganó “el premio excepcional” del jurado de Cannes en 2009 y ante la cual la crítica se ha puesto de rodillas con generosidad (y casi con temor reverencial). Pero termino de ver Las hierbas salvajes (Les herbes folles, 2009) y lo primero que pienso es que Resnais nos ha hecho una broma a todos, sobre todo a los se han tomado con demasiada seriedad un divertimento narrativo que es muy suyo y por eso mismo bastante ajeno para todos los demás -incluyendo los espectadores- invitados de piedra a una obra autoindulgente, muy lejana a la pieza maestra que otros han visto. Abandonando los “grandes temas”, Resnais se da el lujo de optar por una película leve y obvia por momentos.
No niego que tiene una arranque poderoso y que la voz en off de ese narrador omnisciente típico de Resnais (interpretado acá por Edouard Baer) le da un ritmo entre inquietante y absorbente a esta historia de permanentes y confusos encuentros y desencuentros amorosos entre dos adultos, el misterioso Georges (un veterano André Dussollier) y la indolente y excéntrica Marguerite (Sabine Azéma, esposa de Resnais), donde a partir de una anécdota en la que el azar jugó sus cartas, se da paso a la descripción de una obsesión romántica incomprensible, sobre todo por lo inesperada e ingenua.
Algunos podrían decirme, con razón, que el amour fou no necesita de lógica alguna y menos en un filme con ciertas pretensiones cómicas, pero yo creo que por lo menos debe haber algo medianamente comprensible que lo encienda, de ahí que piense que la falta de reales motivaciones de los personajes es una de las carencias más lamentables de una película que cambia de tono varias veces, pasando de lo banal a lo dramático y viceversa sin bochorno alguno y sin lograr nunca capturar la atención sobre una historia demasiado disparatada y unidimensional como para que nos importe, a pesar de un excelente reparto (el director pone en papeles secundarios a dos grandes como Emmanuelle Devos y Mathieu Amalric) y un trabajo fotográfico de gran belleza a cargo de Eric Gautier.
Incluso el luctuoso destino final de los personajes –y Resnais y todos los admiradores de su cine me perdonen- parece por momentos un alivio, pues otra nueva vuelta de tuerca a este amor imposible y desgastante era intolerable. Sobre ellos (y sobre nosotros, no cabe duda alguna) caerá lentamente la maleza, esa hierba salvaje que todo lo consume.