Los fantasmas aparecen: El portero de noche, de Liliana Cavani
“Allí donde la toques, la memoria duele”
-Yeoryos Seferis
Esta es la historia de la pasión desatada, sin freno alguno, entre un hombre y una mujer. Es una relación que vista con ojos objetivos es enfermiza e irracional, una consecuencia espuria y crónica del sometimiento, la necesidad primaria de supervivencia, y la manipulación emocional y física realizada inicialmente en las condiciones más ventajosas para él y más adversas para ella. Sin embargo, juzgar esa pasión desde afuera no tiene sentido, porque solo quienes la están experimentando entienden el tamaño de ese deseo, el ansia mutua que sienten, lo que dependen de la presencia del otro en sus vidas. Están enceguecidos y obnubilados, son incapaces de pensar con claridad, romperán todas las reglas, se pondrán en peligro, actuarán contra cualquier lógica… nada les importa con tal de estar juntos, de disfrutarse por completo, de perderse embriagados en el infinito de sus sentidos; así el mundo como lo conocen se derrumbe a su alrededor y termine por arrastrarlos al abismo. No importa.
Sintieron en esos momentos algo que para ellos fue sublime e irrepetible, algo que quizá muchos seres humanos jamás van a sentir. Es como el rayo que cae del cielo, te atraviesa y luego te deja hecho cenizas: un resplandor como nunca otro, una fiebre bienvenida, un vértigo que no cesa, una sed inapagable. Así es la pasión que arde chamusca y quema, pero que te hace sentir completamente vivo. Es una descarga eléctrica que, segundos antes de exterminarte, te ha dado el placer más intenso conocido. Los demás nunca van a entenderlo. Ellos sí y les basta.
¿Y ellos quiénes son? En el universo de El portero de noche (Il portiere di notte, 1974), son Max y Lucía. Él es el conserje nocturno de un hotel en la Viena de 1957 y ella casualmente está alojada precisamente en ese lugar. Es la elegante esposa de un afamado director de orquesta, de gira en esos momentos por varias ciudades europeas, incluyendo Viena, de donde ella es oriunda. No es la primera vez que se encuentran. Hace más de una década que se conocieron y establecieron, en los confines de un campo de concentración nazi, una relación de total subyugación y de dependencia emocional, de cuyo final no sabemos. Ahora han vuelto a encontrarse tras años de completo distanciamiento. Este es el relato de ese reencuentro, señalado por lo que ese pasado dejó marcado indeleblemente en ellos.
Ya no son lo que antes fueron, ya no tienen ese rol de dominador y dominada, de oficial nazi y de víctima -no por ser judía, sino por ser hija de un socialista. Ese perturbador lazo sadomasoquista que los unió ya está enterrado en la historia de cada uno, sepultado por conveniencia para él y por vergüenza para ella. Cada uno lo hizo para poder seguir viviendo. Ahora ambos tienen una nueva piel, pero… ¿en realidad cuánto han cambiado?, ¿qué corrientes aún los mueven debajo de esa epidermis reluciente y digna? Han vuelto a verse y tras el natural nerviosismo se refleja un ansia antigua jamás saciada, quizá porque lo enfermizo nunca se calma del todo, quizá porque establecieron, contra todo pronóstico, un lazo afectivo tan inexplicable como estrecho y que ahora revive para confrontarlos con sus reales anhelos, con sus deseos mal reprimidos.
Que tengan la psiquis perturbada no era de extrañarse y la directora del filme, la italiana Liliana Cavani, lo refleja en la decadente puesta en escena del hotel, refugio de expatriados, de espectros ruinosos perseguidos por sus culpas pretéritas o por sus vicios inveterados, que Max trata de paliar, cómplice de esos ángeles caídos que él ve con una mezcla de benevolencia y asco, porque en ellos se reconoce también: se sabe de la misma calaña. Sus funciones, entonces, van más allá de la de ser conserje, para convertirse en confidente, alcahuete, amante y terapeuta de los huéspedes permanentes o recurrentes. Obviamente, nada de esa ruina se trasluce en su fachada externa como empleado del hotel, en la serenidad de su conducta, en el profesionalismo de su labor a los ojos del público. Esta, sin embargo, es un narración que juega con lo que se ve desde afuera versus lo que realmente están sintiendo por dentro los protagonistas y en esa medida la actitud distante y profesional de Max (un inmenso Dirk Bogarde) revela la hipocresía en la que vive sus días.
Como la perspectiva es la del conserje, de la vida de Lucia (Charlotte Rampling) sabemos menos, pero cuando entra a los dominios del hotel y se reencuentra con Max, parece que no solo los recuerdos de esa época compartida hubieran vuelto, es como si hubiera recaído de una infección viral que creía superada, es como si hubiera sido poseída por sus propios demonios, largamente dormidos. Víctima de ese embrujo, de esa obsesión, de esa enfermedad febril, ella –sencillamente- recae voluntariamente. Las heridas mentales que le dejó su pavorosa vivencia en el campo de concentración afloran y empiezan a dominar su frágil personalidad de mujer honorable. Su psiquis había terminado por acostumbrarse no solo a lo abyecto de su situación, sino a los privilegios que disfrutó allá junto a Max, y ahora reclama de nuevo su presencia y el placer compartido.
Su encuentro en Viena es frágil, subterráneo, rodeado de amenazas, pues Lucia es una testigo que los secuaces de Max ven como peligrosa. Por eso huyen, y esa segunda parte del filme es, sin que la pareja se dé cuenta, la reproducción a escala del confinamiento en el campo de concentración. Hay cadenas, hay hambre progresiva, hay puertas cerradas, hay oscuridad, hay paranoia y locura. Lo que no hay es el poder que otrora tenía Max, reducido ahora a estar a la deriva de las circunstancias de su encierro. Y eso lo resiente Lucía, sorprendida de no hallar junto a él lo que antes tenía. De ahí su introspección, su silencio, su definitiva fractura mental. Ellos saben interiormente que ya no hay caminos, que su condena será inexorable.
Liliana Cavani se interesó en este tema buscando información para unos documentales que hizo para la televisión italiana iniciando su carrera, como The History of the Third Reich (Storia del terzo Reaich, 1961-62); Women of the Resistance (La donna nella resistenza, 1965), Phillippe Pétain: processo a Vichy (1965) y Day of Peace (Il giorno della pace, 1965). En Women of the Resistance mostró las vidas actuales de los sobrevivientes a los campos de concentración. Para estos trabajos la directora también entrevistó a dos mujeres italianas que estuvieron en los campos de exterminio, una experiencia que las cambió para siempre. Una de ellas volvía a Dachau cada año, la otra no fue capaz de regresar con su familia. “Lo que las víctimas más resentían fue que los Nazis les habían revelado las profundidades del mal a las que el ser humano era capaz, y una sobreviviente en particular le aconsejó a Cavani no considerar a todas las víctimas como inocentes, porque así como sus captores, ellos eran humanos. En su opinión, el mal no solo se practicaba en los campos de concentración, también se aprendía allí” (1), escribe Peter Bondanella en su Historia del cine italiano. A partir de ahí la directora creó un guion sobre la relación desigual y sadomasoquista entre dos personas, un dominador y una dominada, que termina sublimada por el afecto que se crea entre ambos. El argumento final –atribuido a Cavani, Italo Moscati, Amedeo Pagani y Barbara Alberti- tuvo contribuciones no acreditadas de los dos actores protagonistas y del manager de Bogarde, Anthony Forwood.
Así como los antiguos complices de Max encuentran transgresora y peligrosa su relación actual con Lucia, de igual forma el público y la crítica de los años setenta encontraron en El portero de noche una obra incómoda, perturbadora y hasta pornográfica, emparentándola con filmes de la época que glorificaban de manera chic el ascenso al poder de los nazis, como La caída de los dioses (La caduta degli dei, 1969) o Cabaret (1972). Sin embargo, la película no se regodea en el escándalo que genera: lo utiliza para denunciar las formas de despliegue de poder que el nazismo usó para abusar de sus víctimas y el impacto mental que provocó en los sobrevivientes, una cicatriz psicológica inocultable que los excluye de cualquier moralidad y los conduce por el camino de la satisfacción urgente de un deseo pasional más allá de cualquier lógica. Es obvio que Liliana Cavani se quería lucrar de la situación extrema que nos presenta, pero también está reflejando –de una manera dramática- las profundas contradicciones en las que, en ese entonces y ahora, nos mantenemos hundidos, encadenados a nuestras propias culpas y purgatorios.
Citas y referencias:
1. Peter Bondanella, A History of Italian Cinema, Nueva York, Continuum, 2009, p. 255
©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A. – Instagram: @tiempodecine