Sedientos de amor: Los niños del paraíso, de Marcel Carné

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“He hecho veintitrés películas… ¡Está bien! Pero las cambiaría todas por haber hecho Los niños del paraíso”
-François Truffaut, 14 de abril de 1984

“La melodía sigue siendo la misma, pero la música ha cambiado”
-Garance, en Los niños del paraíso

¿Cuánto cuesta llegar al paraíso? ¿Cómo acceder a un lugar tan deseado y anhelado? Algunos jamás van a lograrlo, pero en el universo de Marcel Carné, entrar al paraíso y disfrutar las maravillas y delicias que ahí se encuentran solo cuesta veinte céntimos: el valor de la boleta para ingresar al Teatro de los Funambulistas y sentarse atrás, en la parte alta, el popular “gallinero”, allá donde se instalan “los que son pobres o pasan apuros”, como se nos informa. En el mismo recinto, pero sentados en un cómodo palco, una pareja –el actor Frédérick Lemaître y una bella dama llamada Garance- asisten a una función de un afamado mimo conocido como Baptiste.

Atrás el público está a las carcajadas con las ocurrencias silenciosas del mimo. “Escucha al paraíso. Antes yo también reía así. Estallaba de risa sin motivo, solo pensaba en reír”, le dice con nostalgia Garance a Lemaître. Las palabras de ese personaje son del poeta Jacques Prévert, mientras es Arletty la actriz quien da vida a esa Garance que habita una enorme y elaborada puesta en escena dirigida por el maestro Marcel Carné. La suma de todos estos elementos da como resultado una obra maestra del cine, Los niños del paraíso (Les enfants du paradis, 1945).

Los niños del paraíso (Les enfants du paradis, 1945)

Los motivos para considerarla una película imprescindible son muchos. Se trata de uno de los filmes franceses más unánimemente celebrados del siglo XX, una obra realizada durante la ocupación alemana que ha superado todo tipo de modas y vanguardias, y que se mantiene siempre vigente gracias a sus gigantescos valores de producción, a las actuaciones magníficas de la bella Arletty, Jean-Louis Barrault, Pierre Brasseur, María Casarès y Marcel Herrand, pero sobre todo al aliento poético que le imprimió el guionista Prévert en su sexta colaboración con el director Carné. Entre los dos hicieron filmes que definieron lo que fue el realismo poético francés como El muelle de las brumas (Le quai des brumes, 1938) o Amanece (Le jour se lève, 1939), pero ninguno tuvo jamás la envergadura y las ambiciones artísticas de Los niños del paraíso.

Los niños del paraíso (Les enfants du paradis, 1945)

La historia de Garance, una modelo, artista y cortesana en la París del siglo XIX, está contada con aliento épico y como la lucha de fuerzas antagónicas entre dos formas de entender el arte: el gran teatro –representado por el afamado Lemaître- y el teatro de variedades, encarnado por el mimo Baptiste (interpretado por Jean-Louis Barrault). Además de la diferente concepción teatral que representan, ambos también simbolizan una aproximación opuesta frente a la expresión sentimental, el cortejo y la conquista. Lemaître es el hombre extrovertido, dicharachero y lleno de habilidades sociales, capaz de seducir a una mujer con sus palabras, promesas y actitud dominante; mientras Baptiste es el romántico idealista, respetuoso y tímido que no se siente muchas veces lo suficientemente seguro como para manifestar lo que siente, temeroso de un rechazo.

Junto a ellos hay otros dos hombres que pretenden a Garance: Pierre François Lacenaire, un cínico ladrón y asesino, atraído por esa mujer que es un misterio para él; y el opulento Conde Edouard de Montray, quien con su dinero sabe que es capaz de comprar cualquier voluntad y hasta el amor de Garance, quien le pregunta al aristócrata que ocurriría si ella encontrara a alguien que de verdad la amara. Él le responde: “No lo creo. Es usted demasiado bella para que la amen de verdad. La belleza es una excepción, un insulto al mundo que es feo. Pocas veces los hombres aman la belleza. La hostigan para no oír hablar de ella, para borrarla, para olvidarla”.

Los niños del paraíso (Les enfants du paradis, 1945)

Todos cuatro se disputan el amor de esta mujer etérea, libérrima e inaferrable que está más allá de cualquier aspiración humana. Garance es un personaje que amerita especial estudio. No parece una persona sino un anhelo, un ideal de mujer que solo estuviera en la cabeza de sus pretendientes. Por supuesto que Prévert y Carné le dan señales de identidad: “Nací aquí y fui feliz aquí durante mucho tiempo. Muy feliz. Aunque mi madre era pobre y mi padre la abandonó. Ella trabajaba para otros. Era lavandera. Me quería y yo a ella. Era hermosa y alegre. Me enseñó a reír y a cantar. Luego murió, y todo cambió”, le dice el personaje a Baptiste. Sabemos que en realidad se llama Clara, que su apellido materno es Reine, que Garance es el nombre de una flor. Que fue modelo y que posaba desnuda para los pintores. Pero el mismo personaje nos aclara que “yo no sé hacer nada”, “yo soy simple, muy simple”, que lo que más disfruta en la vida es reír. Cuando la conocemos está haciendo parte de un espectáculo de feria en el que se promociona su presencia desnuda. ¿Cómo ha sobrevivido Garance? ¿Prostituyéndose? Es asombrosa la concepción entre onírica y lirica de este personaje, que es un imán para todos los hombres con los que se relaciona. No es casual entonces que muchos hayan visto a Garance simbolizar a la Francia ocupada por el nazismo durante la guerra.

Los niños del paraíso (Les enfants du paradis, 1945)

Buena parte del sortilegio se le debe a Arletty, el nombre artístico de la actriz francesa Leonie Bathiat. Cuando murió en 1992, el crítico de cine Luis Alberto Álvarez escribió en su obituario que “Inolvidables son sus imágenes, pero inolvidable fue también su voz, sobre todo para los franceses y, especialmente, para los parisienses que veían en ella la expresión de su espíritu encarnado en su argot y en sus agudas y brillantes réplicas. Es la voz nacida en los suburbios y que no niega su procedencia pese a todos los elementos de gran dama que ha adquirido. El seudónimo mismo de Arletty representa al viperino chiste popular parisiense. El lenguaje para expresar con esa voz y ese acento se lo dieron muy pronto literatos como Henri Jeanson y Jacques Prévert” (1).

Pese a reflejar personajes históricos y a apoyarse en eventos con asidero en la realidad, esta película triunfa por su tema último: la sed de amor, la necesidad de un afecto correspondido, la dificultad de encontrar sintonía a nuestras aspiraciones románticas. Es ese sentimiento esquivo el que a la vez da vida y hace agonizar a estos personajes. Ahí Los niños del paraíso se hace universal y, claro, eterna.

Referencia:
1. Luis Alberto Álvarez, La niña del paraíso, Arletty (1898-1992), publicado en el periódico El Colombiano, Medellín, 10/08/92, p. 11C

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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