Kirk Douglas, condenado a la eternidad

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Para elaborar el guion de la película Espartaco (Spartacus, 1960), de Stanley Kubrick, que Kirk Douglas protagonizó y produjo junto a Eddie Lewis, se recurrió a Dalton Trumbo, en esos momentos un escritor “fantasma”, un guionista en el ostracismo laboral debido a su inclusión en la lista negra macartista. Al terminarse la película, Douglas no sabía qué hacer: darle crédito a Trumbo era una locura, pero seguir negándoselo era prolongar una década de injusticia.

En su autobiografía de 2007 Let’s Face It: 90 Years of Living, Loving, and Learning, Douglas escribe: “En el estudio a la mañana siguiente les dije a Eddie [Lewis] y a Stanley [Kubrick], “he decidido usar el nombre de Dalton Trumbo en la pantalla”. Eddie me sonrió con aprobación. Él siempre estuvo en contra de la lista negra. Stanley me miró y dijo “Debes estar loco” y salió de la habitación. Eddie y yo estábamos perplejos, pero yo estaba decidido a poner “Escrito por Dalton Trumbo” en la pantalla por primera vez en diez años. Al día siguiente invité a Dalton al estudio. Le dejé un pase en la portería. Nos miró a Eddie y a mí, y dijo con una sonrisa burlona: “Es la primera vez que he estado en un estudio en una década. Gracias por devolverme mi nombre”. Fue la decisión más importante que hice en mi carrera”.

Espartaco (Spartacus, 1960)

Carrera que en el cine había empezado en 1945 cuando Douglas –bautizado como Issur Danielovitch Demsky por sus padres judíos de origen bielorrruso- tras haber estudiado en la American Academy of Dramatic Arts en Nueva York, llega a Los Ángeles recomendado por Lauren Bacall, que había sido su compañera de clases. Alto, atlético, de mandíbula cuadrada y un hoyuelo en la barbilla, Douglas tenía el prototipo perfecto del galán de Hollywood. Debutó en El extraño caso de Martha Ivers (The Strange Love of Martha Ivers, 1946) como el tercero en discordia y de ahí en adelante nunca pasó inadvertido.

“Tú no lo sabes pero llegaré muy lejos. Ganaré dinero y cuidaré a mi vieja. No pienso ser un don nadie hasta que me muera. La gente tendrá que llamarme señor. Voy a ser una persona importante”, dice su personaje en El triunfador (Champion, 1949) de Mark Robson, conocida en España como El ídolo de barro, pero pareciera que las palabras las hubiera escrito y pronunciado el propio Kirk Douglas, natural de Amsterdam, en el estado de NuevaYork. Su familia pasó duros trabajos para subsistir, el padre era un ropavejero que debía sostener siete hijos. Pero eso ahora estaba en el pasado.

El ídolo de barro (Champion, 1949)

En otro de sus libros de memorias, Yo soy Espartaco, recuerda que: “Se crea o no, llegado el año 1950 yo ya era una auténtica estrella de cine. Había interpretado toda clase de papeles, desde un boxeador hasta un detective de la policía, pasando por un trompetista. En 1949 se había estrenado mi octava película, El ídolo de barro. Me valió la primera nominación de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas para el Óscar al Mejor Actor. Hasta Bosley Crowther, el correoso crítico de The New York Times, tenía elogios que hacer de mí: «Kirk Douglas hace un buen trabajo, agresivo…»”. Le esperaba Billy Wilder para hacer El gran carnaval (Ace in the Hole, 1951) destilando bilis y posteriormente Vincente Minnelli para estelarizar Cautivos del mal (The Bad and the Beautiful, 1952) y obtener su segunda nominación al Oscar.

Ser un antihéroe parecía un riesgo para su carrera, pero Douglas no le tenía miedo a esos retos. En El ídolo de barro fue un boxeador ambicioso e inescrupuloso, en El gran carnaval interpretó a un periodista desalmado buscando fama a partir de una tragedia humana, mientras en Cautivos del mal fue Jonathan Shields, un todopoderoso productor de Hollywood que juega como un títere con el destino de todos a su alrededor. Cualquier otro actor hubiera huido ante esos papeles, pero la intensidad dramática de los mismos era lo que más le atraía de ellos, pues ese era su estilo de actuación. Por eso cuando George Stevens le entregó en 1991 el premio a toda la trayectoria otorgado por el American Film Institute dijo de Kirk Douglas que “Ningún otro actor protagónico estuvo más preparado para explotar el lado oscuro y desesperado del alma y, por lo tanto, para revelar la complejidad de la naturaleza humana”.

Cautivos del mal (The Bad and the Beautiful, 1952)

Tras ser Ned Land en 20.000 leguas de viaje submarino en 1954, al año siguiente hubo un quiebre importante en su carrera, algo que parecía profetizar su rol en Cautivos del mal: “Decidí darme la oportunidad de hacer algo que llevaba queriendo hacer mucho tiempo. Por fin, sería mi propio jefe. El sistema de los estudios se debilitaba. Productores independientes como Stanley Kramer o los hermanos Mirisch concebían películas y, luego, buscaban estudios como United Artists que las financiaran. Ahora había actores que también lo hacían, evitando así intermediarios y desarrollando sus propios proyectos. Antes de que me diera tiempo a tener en cuenta los riesgos, yo también era uno de ellos (…). Tomé la decisión. Creé mi propia productora. El nombre era fácil. La llamé «Bryna», el nombre ruso original de mi madre”, evocaba.

La primera película producida por Bryna fue un western: Pacto de honor (The Indian Fighter (1955), dirigida por André De Toth, y protagonizada por Douglas, Elsa Martinelli y Walter Matthau. A esta compañía productora le debemos algunos de los éxitos más grandes de la carrera de Kirk Douglas: dos películas de Kubrick –Senderos de gloria (Paths of Glory, 1957) y Espartaco-, Los vikingos (The Vikings, 1958) de Richard Fleischer, el melodrama Vecinos y amantes (Strangers When We Meet, 1960) de Richard Quine, el western Lonely Are the Brave (1962), The List of Adrian Messenger (1962) de John Huston o el drama político en plena guerra fría Siete días de mayo (Seven Days in May, 1964) de John Frankenheimer, uno de los siete filmes que hizo junto a Burt Lancaster.

Pero también había vida fuera de su empresa, como lo testifican su Vincent Van Gogh en Sed de vivir (Lust for Life, 1956) de Minnelli –tercera y última nominación al Óscar, su Doc Holliday en la magnífica Gunfight at the O.K. Corral (1957) de John Sturges, su General Patton en ¿Arde París? (Paris brûle-t-il?, 1966) de René Clément o ese atormentado publicista que fue Eddie Anderson en El arreglo (The Arrangement, 1969) de Elia Kazan. En los años setenta se atrevió a dirigir dos películas, Scalawag (1973) y Posse (1975), ambas con malos resultados.

Pese a que su rango como actor era perfecto para los personajes neuróticos u obsesivos, hay un rol en que interpreta a un hombre aparentemente convencional, un arquitecto llamado Larry Coe en ese drama de Richard Quine que en Latinoamérica se conoció como Vecinos y amantes y en España como Un extraño en mi vida. Coe, casado y con dos hijos, sucumbe ante la pasión que le genera una vecina, también casada, interpretada por Kim Novak. En esos momentos Hollywood empezaba a sacudirse del código de censura imperante y por eso es posible ver acá insatisfacción conyugal, infidelidades, propuestas sexuales directas y un clima de franqueza que era impensado una década antes. El mismo año de Espartaco, Kirk Douglas participaba en otra película que ayudaba a romper muros impuestos.

Personificando a Vincent Van Gogh en Sed de vivir (Lust for Life, 1956)

Él recordaba lo que ese filme logró: “lo que Espartaco realmente hizo pedazos fue la «lista de la hipocresía». Muchos guionistas incluidos en ella estuvieron trabajando durante aquella espantosa época; lo único que sucedía es que no podían decírselo a nadie. También tuvieron que aceptar unos salarios que representaban una minúscula parte de lo que ganaban utilizando su nombre real. Imaginen que efecto causa eso en un hombre; sobre todo en un hombre dedicado a la creación”.

Kirk Douglas está condenado a la eternidad, pero no por haber pasado de los cien años vivo, sino por su obra: por las excelsas películas que nos dejó, por las esmeradas interpretaciones que hizo y por haberle devuelto la dignidad a un hombre condenado por defender sus ideas en un país que se preciaba de ser democrático y libre. Por ese legado será recordado siempre.

Publicado en el suplemento “Generación”, del periódico El Colombiano (Medellín, 09/12/18), págs 10-11
© El Colombiano, 2018

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

Kirk Douglas y su hijo Michael Douglas

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